![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiowqbb_3JRsVkQLBIwnokdaILSRiGgz3D8mG5Te4rA0BM_mfXs22XY_BEV_byz1aT6m7wiNPYyDhiPbxS9iA7mJI24wrNhWQaRsg2Dc9ps4kYckS4VKlKT-ifYDV6Sd1Vdy8ztTS0_nZI/s200/Baudelaire.jpg)
Admiremos también con qué rapidez nos sumimos en la vía del progreso (entiendo por progreso la dominación progresiva de la materia), y qué maravillosa difusión se hace todos los días de la habilidad común, la que puede adquirirse mediante la paciencia. El gusto exclusivo de lo verdadero (tan noble cuando está limitado a sus legítimas aplicaciones) oprime y sofoca el gusto de lo bello. Donde no habría que ver más que lo bello (imagino una bella pintura, y se puede adivinar fácilmente la que imagino), nuestro público sólo busca lo verdadero. No es artista, naturalmente artista. El deseo de asombrar y de sentirse asombrado es muy legítimo. Todo el problema, si exige que yo le confiera el título de aficionado a las bellas artes, consiste en saber mediante qué procedimientos desea crear o sentir el asombro. Porque lo bello es siempre asombroso, sería absurdo suponer que lo asombroso es siempre bello. Ahora bien, nuestro público, singularmente impotente para sentir la felicidad del ensueño o de la admiración (signo de la pequeñez de espíritu), quiere que se le asombre con medios ajenos al arte, y sus obedientes artistas se conforman a su gusto; quieren impresionarlos, sorprenderlos, pasmarlos mediante estratagemas indignas, porque le saben incapaz de extasiarse ante la táctica natural del arte verdadero. En esos días deplorables, una industria nueva se dio a conocer y contribuyó no poco a confirmar la fe en su necedad y a arruinar lo que podía quedar de divino en el espíritu francés. Esta multitud idólatra postulaba un ideal digno de ella y apropiado a su naturaleza, eso por supuesto. En materia de pintura y de estatuaria, el credo actual de las gentes de mundo, sobre todo en Francia (y no creo que nadie se atreva a afirmar lo contrario), es éste: <Creo en la naturaleza y no creo más que en la naturaleza (hay buenas razones para ello). Creo que el arte es y no puede ser más que la reproducción exacta de la naturaleza (una secta tímida y disidente quiere que se desechen los objetos de naturaleza repugnante, como un orinal o un esqueleto). De este modo, la industria que nos daría un resultado idéntico a la naturaleza sería el arte absoluto>. Un dios vengador ha atendido a los ruegos de esta multitud. Daguerre fue su Mesías. Y entonces se dice: <Puesto que la fotografía nos da todas las garantías deseables de exactitud (eso creen, ¡los insensatos!), el arte es la fotografía>. A partir de ese momento, la sociedad inmunda se precipitó, como un solo Narciso, a contemplar su trivial imagen sobre el metal. Una locura, un fanatismo extraordinario se apoderó de todos esos nuevos adoradores del sol. Se produjeron extraños horrores. Asociando y agrupando a truhanes y truhanas, emperifollados como los matarifes y las lavanderas en el carnaval, rogando a esos héroes que quisieran mantener, durante el tiempo necesario para la operación, su mueca de circunstancia, se deleitaban reproduciendo las escenas, trágicas o graciosas, de la historia antigua. Algún escritor demócrata ha debido encontrar el medio, barato, de difundir entre el pueblo el gusto por la historia y por la pintura, cometiendo así un doble sacrilegio e insultando a un tiempo a la divina pintura y al arte sublime del comediante. Poco tiempo después, millares de ojos ávidos se inclinaban sobre los agujeros del estereóscopo como sobre los tragaluces del infinito. El amor a la obscenidad, que es tan vivaz en el corazón natural del hombre como el amor a sí mismo, no dejó escapar tan buena ocasión de satisfacerse. Como la industria fotográfica era el refugio de todos los pintores fracasados, demasiado poco capacitados o demasiado perezosos para acabar sus estudios, ese universal entusiasmo no sólo ponía de manifiesto el carácter de la ceguera y de la imbecilidad, sino que también tenía el color de la venganza. Que tan estúpida conspiración, en la que se encuentran, como en todas las demás, los embaucadores y los embaucados, pueda triunfar de una manera absoluta, no puedo creerlo, o al menos no quiero creerlo; pero estoy convencido de que los progresos mal aplicados de la fotografía han contribuido mucho, como por otra parte todos los progresos puramente materiales, al empobrecimiento del genio artístico francés, ya tan escaso. Por más que la fatuidad moderna ruja, eructe todos los exabruptos de su tosca personalidad, vomite todos los sofismas indigestos de los que la ha atiborrado hasta la saciedad una filosofía reciente, cae de su peso que la industria, al irrumpir en el arte, se convierte en la más mortal enemiga, y que la confusión de funciones impide cumplir bien ninguna. La poesía y el progreso son dos ambiciosos que se odian con un odio instintivo, y, cuando coinciden en el mismo camino, uno de los dos ha de valerse del otro. Si se permite que la fotografía supla al arte en algunas de sus funciones pronto, gracias a la alianza natural que encontrará en la necedad de la multitud, lo habrá suplantado o totalmente corrompido. Es necesario, por tanto, que cumpla con su verdadero deber, que es el de ser la sirvienta de las ciencias y de las artes, pero la muy humilde sirvienta, lo mismo que la imprenta y la estenografía, que ni han creado ni suplido a la literatura. Que enriquezca rápidamente el álbum del viajero y devuelva a sus ojos la precisión que falte a su memoria, que orne la biblioteca del naturalista, exagere los animales microscópicos, consolide incluso con algunas informaciones las hipótesis del astrónomo; que sea, por último, la secretaria y la libreta de cualquiera que necesite en su profesión de una absoluta exactitud material, hasta ahí tanto mejor. Que salve del olvido las ruinas colgantes, los libros, las estampas y los manuscritos que el tiempo devora, las cosas preciosas cuya forma va a desaparecer y que piden un lugar en los archivos de nuestra memoria, se le agradecerá y aplaudirá. Pero si se le permite invadir el terreno de lo impalpable y de lo imaginario, en particular aquel que sólo vale porque el hombre le añade su alma, entonces ¡ay de nosotros!
Sé que algunos me dirán: La enfermedad que acaba de explicar es la de los imbéciles. ¿Qué hombre digno del nombre de artista y qué verdadero aficionado ha confundido nunca el arte con la industria? Lo sé, y sin embargo preguntaré a mi vez si creen en el contagio del bien y del mal, en la acción de las multitudes sobre los individuos y en la obediencia involuntaria, forzada, del individuo a la multitud. Que el artista influya sobre el público, y que el público reaccione sobre el artista, es una ley incontestable e irresistible; además los hechos, terribles testigos, son fáciles de estudiar; se puede constatar el desastre. De día en día el arte disminuye el respeto a sí mismo, se posterna ante la realidad exterior, y el pintor se inclina más y más a pintar, no lo que sueña, sino lo que ve. Sin embargo, es una felicidad soñar, y era una gloria expresar lo que soñaba; pero, ¡qué digo! ¿sigue conociendo esa felicidad? ¿Afirmará el observador de buena fe que la invasión de la fotografía y la gran locura industrial son por completo ajenas a ese deplorable resultado? ¿Está permitido suponer que un pueblo cuyos ojos se acostumbran a considerar los resultados de una ciencia material como los productos de lo bello no ha disminuido singularmente, al cabo de cierto tiempo, la facultad de juzgar y de sentir lo que hay de más etéreo e inmaterial?
Graciela Mejía González
Ver: El inmortal apetito de lo bello http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-inmortal-apetito-de-lo-bello.html
La modernidad, el París romántico de Baudelaire http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/07/la-modernidad-el-paris-romantico-de.html
El aprendiz de Dios http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/03/el-aprendiz-de-dios.html
La imagen del vicio y la virtud en la literatura decimonónica http://vieliteraire.blogspot.com/2012/05/la-imagen-del-vicio-y-la-virtud-en-la_5969.html
El libro, un mundo espiritual http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/03/el-libro-un-mundo-espiritual.html
Entre la lucidez y la locura http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/04/entre-la-lucidez-y-la-locura.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario